Entre los años 100 y 800 d.C., en la árida franja costera del Pacífico que se extiende a lo largo de 550 kilómetros por el norte de Perú, florecieron los mochicas, un pueblo con una cultura rica y sofisticada. Los mochicas excavaron canales para irrigar sus cultivos, establecieron prósperas redes comerciales que llegaron hasta Ecuador y Chile, y levantaron enormes pirámides (llamadas huacas), palacios y templos. Además, elaboraron una cerámica única y bellos ornamentos de oro, plata y cobre. Pero en el año 800, una serie de cataclismos producidos por un cambio climático precipitaron su fin. Los mochicas desaparecieron, dejando sus pirámides y enterramientos como único testimonio de su existencia.
Indicios de un tesoro
En el año 1987, el arqueólogo peruano Walter Alva, por aquel entonces director del Museo Bruning de Lambayeque (que cuenta con una de las colecciones mochica más importantes del mundo), recibió una llamada de la policía en plena noche. “Aquí hay algo que usted tiene que ver... ahora mismo”, le apremió un nervioso agente al otro lado de la línea.
En esa época abundaban en la región las bandas de huáqueros, individuos que se dedicaban a profanar tumbas antiguas para vender sus hallazgos en el activo mercado clandestino de antigüedades peruano. Esa noche, gracias a un chivatazo, la policía había actuado en la pequeña aldea de Sipán, donde más de sesenta personas estaban saqueando un yacimiento cercano, conocido como Huaca Rajada por los lugareños. En la casa de Ernil Bernal, uno de los saqueadores, encontraron un jugoso botín. Cuando Alva llegó, quedó completamente atónito al contemplar 33 magníficos ornamentos entre los que destacaban unas cuentas con rostro de jaguar, de espléndida factura, una de las cuales estaba elaborada en oro casi puro.
Excavando al límite
La noticia de tan espléndidos hallazgos se extendió como un reguero de pólvora, y hombres, mujeres y niños de Sipán se desplazaron rápidamente a Huaca Rajada para continuar con el expolio. Walter Alva pensó que debía asegurar cuanto antes la tumba recién saqueada y, acompañado de la policía, acudió rápidamente al yacimiento, donde el arqueólogo y los agentes tuvieron que esforzarse para dispersar a la multitud. “Tuvimos que persuadir a la gente de que dejara de hacer lo que estaba haciendo y la policía tuvo que sacarlos físicamente de allí”, manifestaría posteriormente Walter Alva, quien sabía que solo era cuestión de tiempo para que regresaran los ladrones.
Así, junto con sus colaboradores Susana Meneses y Luis Chero, decidió instalar un campamento protegido por la policía y estableció turnos de guardia entre los miembros del equipo. “En el campamento vivíamos entre una hostilidad permanente, rodeados por profanadores, guerrilla, traficantes y gente de los pueblos que pensaban que competíamos por el mismo tesoro. Si no hubiéramos ido deprisa, en quince días no habría quedado nada”, recordaría después el arqueólogo, a quien muchas veces despertaron durante la noche las ráfagas de ametralladora de la policía. El mismo Alva subía cada mañana a una torre de vigilancia dispuesta en la excavación y, una vez allí, disparaba cuatro o cinco tiros al aire con su revólver para ahuyentar a los huáqueros.
Una tumba regia
En estas difíciles circunstancias se inició la excavación de Sipán, en febrero de 1987. Walter Alva y su equipo se dedicaron a limpiar los restos dejados por los ladrones y a hacer un mapa de la estructura general del yacimiento, compuesto por dos grandes pirámides o huacas de adobe erosionadas, construidas entre los años 200 y 300 d.C., y por una plataforma funeraria. En una sección de la plataforma apareció un gran depósito de ofrendas: una cámara con 1,137 vasijas de cerámica de excelente factura, lo que parecía indicar claramente la cercanía de una tumba importante.
El 26 de julio de 1987, el equipo realizó un descubrimiento excepcional: un esqueleto al que le faltaban los pies; sin duda, pensó Alva, se hallaban frente al guardián de una tumba intacta. Los arqueólogos continuaron excavando y en una hornacina encontraron otro esqueleto con los pies amputados, dispuesto sobre un enrejado de troncos de algarrobo y adobe bajo el cual encontraron un ataúd de madera, casi desintegrado.
Junto a este féretro yacían los cuerpos sacrificados de dos llamas, un niño pequeño, tres mujeres de entre 15 y 20 años, dos hombres de entre 35 y 40 años y un perro. “Luego vimos las cintas de metal que amarraban el ataúd, algo totalmente nuevo. El sarcófago estaba deshecho. Comenzaron a aparecer objetos de cobre oxidado. Era un trabajo muy lento, centímetro a centímetro. Ya a mediados de septiembre fuimos apreciando la jerarquía del personaje y la magnitud del descubrimiento”, recordaría emocionado Walter Alva.
Cubierto de oro
En efecto, cuando destaparon el féretro del dignatario, al que llamaron “Señor de Sipán”, vieron que iba acompañado de riquezas incalculables: llevaba una corona de oro, lucía turquesas en su vestimenta, dos ojos de oro se habían dispuesto sobre los suyos, el mentón estaba protegido por una máscara y la nariz por una nariguera, ambas de oro. Tenía también once pectorales de conchas de colores, brazaletes con turquesas, un lingote de oro en su mano derecha, uno de plata en su izquierda, un collar con 71 esferas de oro, una diadema de oro de 62 centímetros de ancho y un cetro rematado por una pirámide de oro.
El poderoso señor, que medía 1.67 metros, murió a los 40 años, hacia 278 d.C., tal vez durante una epidemia. El equipo de Alva completó la excavación de la tumba en marzo de 1988. Pero los trabajos en Sipán continuaron, patrocinados por National Geographic Society, que definió el hallazgo como uno de los más importantes del siglo XX, comparable al descubrimiento de la tumba de Tutankamón o al de los guerreros de terracota de Xian.
Nuevos hallazgos
En 1989 se descubrieron dos nuevas tumbas intactas y llenas de tesoros: la del Viejo Señor, cien años anterior a la del Señor de Sipán y correspondiente a un gobernante mochica de igual rango, y la del Sacerdote, datada hacia 220 d.C., al parecer un personaje con un alto cargo religioso. Hasta 1999, las excavaciones en Sipán llevaron al descubrimiento de 13 tumbas de diversas épocas.
Ante la repercusión internacional de todos estos hallazgos, Walter Alva decidió que los tesoros de Sipán debían exponerse de forma acorde con su trascendencia e impulsó la construcción del flamante Museo Tumbas Reales, inaugurado en 2002 en Lambayeque. A él acuden cada año miles de visitantes de todo el mundo para contemplar estos magníficos testimonios de la cultura mochica, una de las más complejas y fascinantes del Nuevo Mundo.
Fuente:
- National Geographic Historia. (s.f.). El tesoro del Señor de Sipán: el esplendor de los mochicas. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/tesoro-senor-sipan-esplendor-mochicas_18703